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NOVELA AÑOS SESENTA: DE LA BERZA AL SÁNDALO

     En el transcurso de esos años se va poniendo en evidencia que el realismo crítico, aunque se justifique como corriente estética necesaria, no ha propiciado ninguna consecuencia práctica extraliteraria y, en contra, ha empobrecido, en general, la dimensión formal y lingüística de la novela. Además, la transformación socioeconómica en marcha del país hace poco útil una narrativa de compromiso. 

     Concretamente el paso de una sociedad agraria a otra en claro proceso de industrialización, la emigración del campo a la ciudad con el consiguiente despegue urbano, la evolución hacia incipientes formas de consumismo, con la correlativa disminución  de  los  ideales  de la lucha proletaria (paralelo, sin embargo, de un movimiento sindicalista muy fuerte que traía de cabeza al régimen), desmontaban en gran parte los objetivos de la narrativa mediosecular, y los convertían en algo inútil, por su impropiedad, o anacrónico, por su separación de la vida real del país. Por eso, la novela que se va extendiendo a lo largo del decenio es resultado inevitable de una transformación socioeconómica, con problemas y tensiones diferentes a los del cuarto de siglo anterior. En consecuencia, se refleja o se abandona la ambientación ruralista de abrumadora presencia en la prosa de los cincuenta, pues ya carecía de sentido hablar de un mundo campesino cada día de menor importancia. Al tiempo, aparece una problemática urbana que desembocará en figuraciones cosmopolitas, con claro menosprecio del costumbrismo. Además, la problemática sociolaboral se ve desplazada por cuestiones de índole creativa. La realidad social, pues, fuerza la evolución de la novela. En suma, a lo largo de los sesenta se evidencia la necesidad de una profunda renovación de nuestra prosa.

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